sábado, 30 de octubre de 2010

Krypteia

"Si la llamada Criptia hubiese sido una de las instituciones de Licurgo, como dice Aristóteles, ésta habría sido la que a Platón le hubiera hecho formar el mal concepto que formó de aquel gobierno y del que lo estableció".
Plutarco "Vidas paralelas: Licurgo"
Ocultos entre los robles y los olivos, asemejados al lobo y al zorro en el arte del acecho, los jóvenes lacedemonios se ocultan entre la maleza, víctimas eventuales de castigo por ser descubiertos. La noche, sin necesidad de ser de luna llena, les asemeja a los canes. Surgen de entre la vegetación saqueando y asesinando. Sus presas son los víveres de los esclavos del Estado espartano, los ilotas, sus vidas son el objetivo. Múltiples esclavos sucumben a las hordas del estrato superior; Esparta ha iniciado a sus jóvenes, sometiendo a los dominados.
Los ilotas, esclavos propiedad del Estado, no pertenecientes privadamente a un ciudadano, eran originarios de los pueblos sometidos a punta de lanza. Las poblaciones conquistadas por Esparta (gentes de lugares cercanos de Grecia, fundamentalmente de Mesenia) eran trasladados a la urbe capitalina para seguir una existencia de servidumbre. Con ningún derecho, y todas las obligaciones, estos esclavos, de peor trato que el esclavo privado, eran tratados como animales de carga, sujetos a controles de población. El abuso de los de Leónidas condujo al “pueblo ilota” a múltiples rebeliones, razón por la cual, la krypteia era necesaria como medida disuasoria.
La krypteia era un ritual iniciático. Se seleccionaba a varios jóvenes espartanos que eran enviados al monte provistos sólo de un puñal y de la comida indispensable. Descalzos y sin ropa de abrigo, eran obligados a vagar por los montes, so pena de sanción por ser descubiertos. Por las noches, debían atacar y atemorizar a la población ilota, acabando con aquellos que se cruzaran en su camino (insurrectos políticos en muchos casos). Para el mismísimo Plutarco se trataba de un ritual cruel, para nada propio del legendario Licurgo. Los chicos, que en virtud del agogé (sistema educativo de Esparta) no habían conocido mayor “cariño” que el del Estado, eran iniciados en la guerra, a la vez que instrumentalizados en pro del que sería su bien último a lo largo de sus vidas: la prosperidad de Esparta. La krypteia era un rito final, una vez pasado pasarían a ser espartanos de pleno derecho. Los jóvenes, que antes habían sido encomendados a la dirección de maestros pederastas, eran expoliados de cualquier rastro de dignidad individual. El “vicio lacedemonio”, la penetración anal, les había quitado toda dignidad, cuestión de la que la sangre de la krypteia se aprovecharía para hacerlos soldados-instrumento del Estado.
¡Es curioso cuántos son los prejuicios que nos hacen ver en la barbarie e indignidad de los espartanos la salvación de Occidente! ¿Fue Jerjes el tirano... o simplemente, el civilizador? La educación espartana ha sido, a través de los tiempos, ejemplo de rentabilidad y disciplina. Varios equipos deportivos, en particular de la órbita socialista, recibirían este nombre (tales como el Sparta de Praga o el de Moscú). La agogé espartana fue la base histórica que subyacía en la formación de las juventudes hitlerianas y de Mussolini. Todos los miedos de George Orwell, expuestos en “1984”, fueron conseguidos, siglos antes, por las huestes de Leónidas y Licurgo. Siempre se dijo que en la guerra triunfa el más bastardo, ¿fue esa la razón del éxito espartano?
Cuando los persas pretendían la conquista de Grecia no era por razones pacíficas. Efectivamente, la potencia asiática pretendía extender su imperio hacia el otro lado del Bósforo, consiguiendo dominar a las polis griegas, fuente de buena parte de los sanguinarios mercenarios que ofrecían sus servicios a lo largo y ancho del Mediterráneo. Leónidas, cabeza de la hegemónica urbe espartana, comandó al célebre comando de los 300 espartanos (y otros muchos soldados griegos de diferente procedencia) en la batalla de las Termópilas. Su sacrificio, se dice, fue por dar tiempo al resto de griegos para poder escapar.
Es curioso que siempre nos llegue la versión del vencedor, y en casos como éste, ¿cómo es que tardamos tanto en reconocer la “superioridad cultural, económica, etc.” de Persia sobre Esparta? ¿Cómo es que tardamos tanto en condenar al “maestro de las tiranías” y, lejos de ello, además les dedicamos películas? ¿Quizá sea porque seguimos siendo discípulos de los medios espartanos?
* Descripción de la "krypteia" según Plutarco: "Era de esta forma: los magistrados a cierto tiempo enviaban por diversas partes los jóvenes que les parecía tenían más juicio, los cuales llevaban sólo su espada, el alimento absolutamente preciso, y nada más. Éstos, esparcidos de día por lugares escondidos, se recataban y guardaban reposo; pero a la noche salían a los caminos, y a los que cogían de los Hilotas les daban muerte; y muchas veces, yéndose por los campos, acababan con los más robustos y poderosos de ellos. Refiere Tucídides en su Historia de la guerra del Peloponeso que, habiendo sido coronados como libres aquellos Hilotas que primero los Espartanos habían señalado como sobresalientes en valor, recorrieron así los templos de los Dioses, y de allí a poco, desaparecieron de repente, siendo más de dos mil en número, sin que ni entonces ni después haya podido nadie dar razón de cómo se les dio muerte. Aristóteles es también quien principalmente escribe que los Éforos lo primero que hacían al entrar en su cargo era denunciar la guerra a los Hilotas, para que no fuera cosa abominable el matarlos. Por otras cosas odiosas y duras se dice que se les hacía pasar, tanto, que obligándolos a beber inmoderadamente los llevaban por los banquetes públicos para que vieran los jóvenes lo que es la embriaguez, y los obligaban a entonar canciones y bailar danzas indecentes y ridículas, no permitiéndoles las que eran de hombres libres: por esto dicen que más adelante, mandándoseles a los Hilotas que fueron hechos cautivos por el ejército levantado en Tebas contra Esparta, que cantasen los poemas de Terpandro, de Alcmán y Espendente el Lacedemonio, se excusaron diciendo que no querían sus amos. Parece, por tanto, que los que dijeron que en Esparta los libres eran completamente libres, y los esclavos, esclavos hasta lo sumo, comprendieron muy bien lo que en este punto iba de Esparta a otros pueblos. Pienso, pues, que esta dureza se introdujo en Esparta más adelante, especialmente después del gran terremoto de resulta del cual se dice que los Hilotas, incorporándose con los Mesenios, causaron graves daños en toda la región, y pusieron a la ciudad en gran peligro: porque no atribuiría yo a Licurgo una institución tan atroz como la Criptia, infiriendo su carácter de la humanidad y justicia que en los demás de su vida resplandece, confirmado con el testimonio de Apolo".

Imágenes: 1) "Young Spartans exercising" de Degas; 2)Marble statue of a helmed hoplite (5th century BC), maybe Leonidas, Sparta, Archæological Museum of Sparta

miércoles, 20 de octubre de 2010

Guarra

Era una tarde cualquiera de octubre. El tren de Cercanías Renfe (Hospitalet-Mataró) realizaba su periplo habitual por la costa del Maresme. En aquella ocasión había sitio donde sentarse. La gente estaba absorta en el viaje, unos pensando en qué les esperaría en casa después de un largo día de trabajo, otros, en cuál sería el resultado del próximo partido del F.C. Barcelona. Nada era diferente en la más absoluta normalidad; en mí sólo era especial el pensamiento que me corría por la mente, refiriéndose a la chica que descansaba sus pies sobre el asiente de enfrente.
“Guarra”, ese adjetivo me vino rápidamente a la cabeza. Era curioso ver que ni tan siquiera me había fijado en sus rasgos, en su cara o pechos, sólo me interesaba aquel comportamiento simiesco, aquellos ademanes de aberrante prepotencia. Sin cuidado reposaba las suelas de sus extravagantes bambas sobre el asiento, mientras, aparentando ser recatada, se maquillaba. “Guarra”. La chica parecía contestar a mi indiscreta mirada con un habla ocular que se preguntaba el por qué de mi vigilancia. “Guarra”. No me importaba que mis ojos se cruzaran con aquel espécimen de fauna patria; mis ansias de denuncia deseaban ser rebeladas. Aquella guarra figura continuó con su acicalamiento. Llamaba al móvil y mi mirada seguía fija en ella sin anhelo alguno de sensualidad. Mis ojos eran furia contenida, pensamiento político que reflexionaba sobre los por qués de nuestra falta de educación como civilización.
Me imaginaba, siempre vestida, a aquella chica espatarrada en el sofá de su casa, o mejor aún, en el viejo sillón de su abuelo. Me la imaginé restregando sus zapatillas deportivas por los diferentes muebles, cual gata, cual animal. Reflexionaba sobre los motivos que podrían esgrimir aquellos que siempre intentan parecernos a Dios, y no a los animales. “Guarra”. La chica me parecía morsa sin estar en carnes, cabra, mono y cerdo, sin mayores semejanzas aparentes que su conducta.
El tren estaba llegando a mi destino, y la guarra conocida parecía que iba a bajarse en mi estación. Mi mirada observó cómo quitaba los pies del asiento, y no lo limpiaba ni con la mirada. El desprecio de aquél que pisa una piedra, grande o pequeña, se desprendía de sus andares. De nada servía que el transporte fuera público, de nada servía que sus impuestos sirvieran para sufragar sus guarros caprichos. Salí de la puerta del tren y me planteé si no teníamos la culpa la gente que, cada día, vemos a alguien pisando nuestros asientos y no decimos nada. Me pregunté si no quedaba nadie en este país que supiera distinguir la educación del mal gusto.
No hay duda de que el hombre es un lobo para otro hombre, y que lo malo es lo que nos sale inherente por naturaleza. ¿Cómo no fomentar la educación y las buenas costumbres si la “libertad frente a educación alguna" nos conduce a lo malo de nuestra naturaleza? La guarra seguirá siendo una chica moderna, una rebelde sin causa. Los trenes continuarán llevando en su seno a hijos bastardos de nuestra cultura. Espero equivocarme, pero... ¿no hay más Crisis en las gentes, en los valores de toda persona, que en la Bolsa?

sábado, 16 de octubre de 2010

Un mundo de Césares invisibles

“En política, el trípode es la más inestable de todas las estructuras”. Frank Herbert, Dune
Por más que nuestra positiva, y positivista, mentalidad actual nos impida ver el bosque del Pasado, existe algo en lo que nuestros antepasados fueron más privilegiados que nosotros. Un súbdito de Adriano o Justiniano, un egipcio en tiempos de Ramses II o un persa en la época de Ciro “el Grande” tenían claro quién era la cabeza visible de su mundo, a quién debían rendir obediencia, y en cualquier caso, siempre cuidado. En la actualidad nos encontramos en un mundo de “Césares invisibles”, nadie sabe en qué palco realmente se sienta aquella persona que gobierna nuestras haciendas, ni en qué paraderos se toman las decisiones que influirán en nuestro más corto plazo. Los parlamentos democráticos de Occidente se han convertido en una suerte de “reuniones de vecinos ampliadas”. Los temas que se tratan son de mayor alcance que las grietas por humedad en una pared medianera, pero no dejan de ser temas “inmediatos” que no “trascendentes para lo sucesivo”. Ningún ciudadano medio sabe con certeza el porqué de esta Crisis. Nostálgicos mayores hablarán de un exceso en el gasto familiar y una falta en el trabajo físico y convicciones, mientras que, por otro lado, existirán acólitos seguidores de partidos políticos que echaran la culpa al gobernante opuesto de turno. Nada más lejos de la realidad, nos hallamos en un mundo etéreo gobernado desde las tinieblas.
Dejando a un lado las batallitas de marcianos verdes narradas en algunos clásicos de la ciencia ficción (algunas de ellas muy loables e interesantes: pienso, por ejemplo, en “La Guerra Interminable” de Joe Haldeman), existen libros de ciencia ficción que, realmente, son verdaderos tratados de eventual geopolítica. Por encima de todos, más en los tiempos que corren, pienso en el clásico “Dune” de Frank Herbert. Se trata de un libro en el que se nos presenta una situación no demasiado lejana, en el fondo que no en las formas, a la que vivimos actualmente. Mucho antes de que llegara la Crisis, Herbert nos plantea un universo gobernado por grandes casas de mercaderes, un poder imperial y una corporación de tintes religiosos. “El trípode es la más inestable de las estructuras”, con la aparición de esta frase, uno se da cuenta de los paralelismos entre las relaciones de poder en la novela y las existentes actualmente.
A una conclusión parecida llega nuestro flamante, y merecido, Premio Príncipe de Asturias, Amin Maalouf. En su libro sobre “El desajuste del mundo", no se deja de ver algo de lo más cierto y sugerente: los EEUU han caído en una vorágine autodestructora sin que, aparentemente, se hayan dado cuenta. Ciertamente, la "geometría del Poder" tiene una gran importancia si queremos explicarnos esto. Una expresión inglesa, utilizada también para este efecto, es la conocida teoría de las "checks and balances", pesos y contrapesos. Una potencia se esforzará, y será mucho más cauta, si es capaz de crecer teniendo siempre vigilado al rival por la hegemonía. No hace falta tampoco que esta relación "de contrapesos" sea en pie de igualdad, pero sí que es vital que todo potencial tenga sus límites. EEUU necesitaría más a la antigua URSS que nadie en este planeta.
Dejando esto a un lado, la “inestabilidad” actual tiene un mayor alcance que la mera discusión política. Siguiendo el aforismo de las reverendas Bene Gesserit de Dune, junto al poder político nos encontramos dos grandes contrapoderes: el económico y el de las comunicaciones (aquél que es capaz de poner cormoranes donde jamás los hubo). Actualmente, el poder político (en Occidente nominalmente “electo”) no puede tomar decisiones sino es con la aquiescencia de los "tiburones económicos"; mientras que el poder popular del que la política se nutre no podrá llegar al ciudadano sino es con las vastas raíces de los grandes grupos de la comunicación. La interdependencia de los tres poderes es evidente, la inestabilidad es la actual Crisis.
El caso de España es obvio. No existe poder político autónomo (como en el resto de países actuales). Mientras que las energías del populacho se funden en discutir sobre el modelo territorial más adecuado, España carece de margen de actuación alguna, yendo a aquellas guerras que se le mandan, y tomando aquellas medidas económicas que se le imponen. Nos encontramos en una circunstancia histórica donde es mucho peor que Emilio Botín anuncie un concurso de acreedores en el Banco Santander, a que España, como Estado, se declare insolvente.
La crisis de legitimidad actual de los poderes que nos gobiernan es obvia. La política cada vez se está banalizando más, y no es de extrañar que la clase intelectual pueda llegar a optar por iniciativas políticas concretas (de alcance geográficamente delimitado) o simplemente optar por la abstención. Nuestra economía está sujeta a una hucha que nadie es capaz de ver, nuestras vidas “jugadas” en las interminables partidas de los mercados financieros. Si en verdad hay algo que nos diferencie de las etapas anteriores de la historia, eso es que las formas, y no el contenido, son diferentes. Qué alcance pueden tener las incursiones civiles en las redes soberanas es algo que debemos preguntarnos. A los poderes no se les llega ya por el voto, lamentablemente, pero las venas que les nutren están meridianamente abiertas (consumo, internet, conflicto social...). Hasta dónde serán capaces los “civiles de a pie” de llegar para poder reclamar su participación y su propia libertad en la toma de sus condicionantes de derechos e imposición de obligaciones es algo que nadie se atreve a pronosticar. ¿O ustedes sí?

sábado, 9 de octubre de 2010

Ni perros, ni gatos...

Si hay un orden animal interesante por antonomasia es el de los carnívoros. Motivo de mitos y atávicos recuerdos de predación, los miembros de este orden fueron nuestros peores enemigos en tiempos pretéritos, habiendo pasado algunos de sus miembros, hoy en día, a ser fieles amigos y compañeros. Y es que, como perro y gato, nunca mejor dicho, el orden de los mamíferos carnívoros se divide en dos subórdenes: “caniformia” (afines al perro) y “feliformia” (afines al gato). Dentro de los primeros, además de lobos, perros y zorros, se encuentran los osos, los mustélidos (comadrejas, hurones...) y las focas, mientras que dentro de los “feliformes” se encuentran los felinos, las hienas, y los vivérridos y mangostas. La presencia de felinos y cánidos en nuestra sociedad nos es recordada por nuestros perros y gatos, ¿pero qué sucede con los otros miembros del orden “Carnivora”, y muy especialmente, con los miembros más pequeños? Dejando a un lado a los mustélidos, quisiera centrarme en los parientes memores de los felinos, los vivérridos y mangostas.
Los restos de antiguas civilizaciones no se reducen nunca a un cúmulo de piedras. A las ruinas arquitectónicas siempre les acompañan otros restos: sean culturales o, como será en este caso, “zoológicos”. La presencia del dingo en Australia, o del puercoespín en los bosques de la Toscana italiana, se deben a la introducción por parte del hombre (por más que en la actualidad se hayan integrado perfectamente en el ecosistema, siendo parte indispensable para su actual equilibrio). Sin embargo, ¿existen casos similares en nuestra Península Ibérica?
Iberia ha sido cuna de grandes civilizaciones. Los mayores imperios de la historia humana han tenido a la actual España, bien como centro, bien como núcleo duro. Roma y el propio Imperio Hispánico tuvieron a la Bética (actual Andalucía) como gran vergel para el ocio y la horticultura, a la vez que supieron aprovechar el potencial agrícola, y ante todo minero, del resto de nuestra geografía. Dado el rendimiento de estas tierras, no es de extrañar que existieran regiones en España muy densamente pobladas. Con las gentes llegaron sus mascotas, y en ocasiones, otras especies que hicieron de polizones en las diferentes naves y navíos o que fueron introducidas con finalidades cinegéticas o de control de alimañas. Nuestro bosque mediterráneo, a la vez que acondicionador de la “cultura española” a lo largo de los siglos, también ha sido acondicionado, él mismo, por las gentes que han poblado sus aledaños. Dos grandes potencias extranjeras: Roma y el Islam, fueron quienes introdujeron varias de las especies animales y vegetales que hoy consideramos como “típicamente españolas”. El algarrobo en lo vegetal, o el faisán en lo animal no son ejemplos únicos, destacando, y no precisamente poco, la inserción de carnívoros foráneos en nuestros bosques.
Hallazgos en las cuevas de Nerja (Málaga) han dado luz a los investigadores sobre la inquietante presencia de meloncillos (Herpestes ichneumon), una especie de mangosta, en nuestros bosques. Según se deduce de estos restos, hallados en 1959 (y analizados recientemente por la Universidad de Upsala), el meloncillo fue introducido por los árabes como mascota (bien como diversión, bien como fiel controlador de las poblaciones de reptiles y roedores). Origen que vendría a ser el mismo que el de la jineta.
La jineta (Genetta genetta) se cree que fue importada por los romanos como mascota, habiendo sido documentada su presencia en las casas romanas con anterioridad a la llegada del gato doméstico, procedente éste del Antiguo Egipto. La jineta fue vista como un cazador infalible útil para el control de las poblaciones de conejo, a la sazón, muy abundantes antes de la llegada de la mixomatosis (hay quien llega a afirmar que el conejo es originario de Iberia y Baleares, significando, incluso, el nombre de Hispania: "tierra de conejos"). La abundancia del conejo en Baleares fue tal que fomentó una considerable introd
ucción de jinetas, que han llegado a convertirse en una suerte de "subespecie", la jineta ibicenca, de menor tamaño debido a la insularidad.
Pese a no ser considerados como vivérridos ambos, la mangosta española, meloncillo, y la jineta son parientes cercanos, ambos del suborden feliformia. Al igual que sus parientes, las hienas, se trata de especies violentas, muy propensas a la agresión para con los suyos y el resto de las especie. Es proverbial la destreza de la mangosta en la lucha contra las serpientes, sean éstas cobras o culebras, habiendo llegado hasta nosotros mitos y leyendas respecto a ellas de lo más interesantes. Marcial, el célebre poeta de Calatayud (Bílbilis), llegó a hablar del valor de las entrañas de la mangosta para el tratamiento de las heridas de serpientes venenosas. Otros mitos en torno al animal, lo situaban como un terrorífico enemigo, no sólo de las serpientes, sino también de los cocodrilos. Se decía por los romanos que eran capaces de meterse dentro de los cocodrilos cuando estaban con la boca abierta, yendo rápido a sus entrañas, para comérselas y vencer así al animal. Obviamente, los mitos romanos, como respecto a otros muchos animales, son sumamente sensacionalistas y no debe hacerse especial caso de su veracidad.
Se mire por donde se mire, el hombre ha servido como “factor” para la Naturaleza muchas más veces de las que nosotros creemos. Jinetas y meloncillos vinieron a enriquecer nuestros ecosistemas sin que tuviéramos la conciencia de hacerlo. Participamos, no de una inteligencia superior, sino de un equilibrio, un medio, una existencia, que nos hace partícipes de su totalidad, en cada cual de nuestras acciones particulares...
1ª imagen: jinetas
2ª imagen: mangosta

domingo, 3 de octubre de 2010

Caminos del Poder

“There are no better civilizers than roads” (Lord Roberts)
La mayor parte de la población relaciona a Roma con los gladiadores, las legiones, los anfiteatros y las grandes bacanales. Poca será la gente que asocie la palabra “Imperio Romano” a “calzada”, binomio clave si queremos valorar, como se merece, el auge de la mayor potencia que haya conocido Occidente. Ciertamente, los caminos son excelentes civilizadores. Sin caminos no hay comercio eficiente que valga, ni tampoco intercambios culturales. Fueron sus numerosas calzadas las que alzaron en palio al pueblo romano. Su lengua y cultura no se impuso tanto por las armas como por la excelencia de llegar a través de grandes vías. Poner en comunicación es fomentar el intercambio. Cuando dos visiones se nutren, la una a la otra, surge una nueva visión, mucho más perfeccionada, ello es matemática vital y Roma bien lo sabía.
Hasta los tiempos recientes, las vías romanas han sido la base de las comunicaciones en España. Ni tan siquiera en tiempos del otro gran imperio europeo, el Español, hubo una red de comunicaciones que le llegara a parangón alguno. Fue con el proceso de “modernización borbónica” del siglo XVIII (punto máximo del arcaísmo hispano) que se inició un nuevo proyecto de construcción de vías de comunicación, a la postre muy defectuoso. El modelo quiso ser, no tanto una expresión mejorada del ingenio romano, sino una copia, defectuosa, del absolutismo francés. El poder único del monarca debía manifestarse en todo lo terreno, incluidas las comunicaciones. Lejos de fomentar la mejora de las carreteras en las zonas más densamente pobladas (Andalucía y Levante) se quiso crear una ciudad hegemónica por encima de todas: Madrid.
La herencia de esos tiempos sigue estando presente. Con notables excepciones (véase la primera línea férrea en España: Barcelona-Mataró (capital industrial del textil en aquella época), que sigue siendo una de las únicas que generan beneficios) las mayores inversiones siempre quisieron hacerse en tierra del Poder centrípeto. “Hazañas” como el tren Madrid-Aranjuez (del todo descabellado) se realizaron antes que las comunicaciones entre Sevilla y Cádiz o entre Valencia y Alicante. En vez de seguir criterios económicos, por ende, de optimización, se crearon líneas "tan curiosas" como la Aranjuez-Tembleque (1853) o Aranjuez-Toledo (1858).
Gracias a una, por lo demás tardía, industrialización de Cataluña y las Vascongadas, España suspiró, quién lo iba a decir, gracias a la periferia. El eje marítimo "Islas Británicas – Bilbao" y el eje pro-europeo "Barcelona – Pirineos", hizo que España se beneficiara de la existencia de otras vías que no pasaban por Madrid. Las inversiones en estas dos regiones comenzaron a hacerse indispensables, España estaba progresando, poco a poco, pero gracias a aquellas regiones donde habían menos aristócratas y mayor contacto con las nuevas tendencias.
La genuina España castellana, de las maravillosas urbes, aún hoy en día, de Medina del Campo, Lerma, Alcázar de San Juan o Medinaceli pasaron de ser las ciudades del Imperio a lugares donde residían unas adineradas casas nobiliarias. Aquellos que se repartieron el Nuevo Mundo a su merced (Alba, Medinaceli, Medina-Sidonia...) no apostaron por una modernización que sí se había producido en otros países. Cataluña, con grandes puertos y mejor tradición comercial, prosperó virtud de la iniciativa privada, la misma que podría haber encumbrado a la bahía de Cádiz o al eje mediterráneo (Alicante-Valencia-Barcelona), de no ser por las “mejores” iniciativas de las clases gobernantes.
Nadie hizo patriotismo, pues la política es siempre interés. Cataluña y País Vasco progresaron gracias a unos factores (geográficos, demográficos y sociales) y no por meras ideas idílicas de sabios dirigentes. Madrid tuvo la suerte de formar parte de un proyecto de pasado, ya carcomido por la decadencia hispánica, y poder disfrutar de severas inversiones. Las consecuencias de ello seguimos pasándolas, no por culpa de Madrid, sino por culpa de quienes no supieron ver que Zaragoza estaba bien situada (ahora se está construyendo la mayor plataforma logística de Europa) o que la bahía de Cádiz era fundamental para el tráfico con América y Norte de África. No es de extrañar que esta visión histórico-centralista colaborara a generar una visión, no menos imaginaria y manipuladora, como fueron los nacionalismos periféricos. Los agravios entre unos y otros dejaron al grueso de España en la picota, sin fábricas ni progreso.
Para un viajante extranjero, sigue siendo escandaloso que las mejores comunicaciones nacionales no sean las existentes entre Barcelona y Madrid. ¿Se ha preguntado alguien por qué la N-II no es la carretera que recibe mayor inversión? ¿Qué hay de las líneas de mercancías entre Madrid y el corredor del Mediterráneo? Es obvio que la Madrid actual, aún siendo cabeza de Estado un Borbón, ya no es “borbónica”, y que ha caído en la cuna de la modernidad, con grandes multinacionales y amplitud de miras. Sin embargo, sigue siendo peligrosa la desconfianza que se genera desde el centro hacia el exterior: obviando que el progreso es buscar lo más eficiente, y no lo más cómodo o adecuado a unas ideologías imperantes.
Se puede, y en mi caso estoy, de acuerdo con varias tesis del centralismo. Nadie se negaría a que El Prado no deba estar en Madrid, o que la final de un hipotético gran acontecimiento deportivo no tenga que ser en la Capital, sin embargo, no podemos dejar de ver que existen ejes de inexcusable fomento. Me refiero al eje mediterráneo, efectivamente, pero también a la mejora en las comunicaciones en la antigua “Vía de la plata” y la reactivación del trinomio: Avilés, Gijón y Oviedo (una de las mayores áreas metropolitanas del país con casi un millón de habitantes). No se puede defender el centralismo en una cuestión y no fomentar que un joven pueda ir a la capital, por poco precio, a ver dónde se invierten los fondos "de todos". Definitivamente, ir a Madrid debiera ser más barato, no generando agravios gratuitos por beneficiar a unos, y no a otros.
En conclusión, no debemos mirar los mapas con prejuicios, y sí con criterios de eficiencia. Los caminos siempre han sido progreso y civilización... ¿por qué se creen que los terroristas tienen tanto “empeño” con el AVE al País Vasco? ¿Puede haber algo peor, más “asimilador”, que una rápida conexión con Madrid? No es que los imperios sean progreso, pero sí las comunicaciones que a lo largo de la historia han construido. Si la Unión Europea quiere ser grande... deberá invertir aún más en vías y menos en agricultura. ¡Vivan los caminos y carreteras, sean en piedra o versados por Machado!
Sobre las próximas inversiones que realizará el Gobierno en los próximos tiempos: ver estos enlaces:
1) Ponte Nomentano - a bridge on the Via Nomentana, Rome
2)Hodler - Tessiner Landschaft - 1893
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